No podes cambiar el mundo, decían antes del virus

Durante los años que llevo escribiendo, una de las ideas más difíciles de plasmar, o de meter en la cabeza del lector, fue que todos podemos cambiar el mundo. Y aún más claro: todos estamos cambiando el mundo, así no nos lo hayamos propuesto.

Cada acción que ejercemos, tiene un impacto, por muy chico que parezca. Cada bocanada de aire, cada movimiento, cada instante que vivimos. Un semáforo en rojo, una mano de pintura en un cordón, estacionar en el lugar incorrecto, tanto como plantar un árbol, ceder el asiento en el colectivo, ayudar a una persona, un animal, todo genera un efecto, que ni siquiera podemos medir. Y solo porque soy escéptico, lo he puesto a prueba: me adelanto un metro aun con el semáforo en rojo, y observo como todos los que se encuentran detrás de mí empiezan a hacer lo mismo, generando un efecto en cadena. Así, cada acción tiene una reacción, una influencia en quienes nos ven, e incluso en quienes no, imposible de medir en su totalidad. Por eso, gasté ríos de tinta, años de tiempo, escribiendo, pensando que la inspiración que podría transmitir era capaz de generar una influencia suficiente, así hubiese un solo lector del otro lado.

De joven, ¿quién no soñó con cambiar el mundo? Ya entrado en la adolescencia, la sociedad parece obstinada en desacreditar esta visión, en hacerte sentir insignificante, impotente, de poco valor, "un número", un mero "soñador", un "loco". Pero no es así, incluso así logren hacértelo creer. Para bien o para mal, estás cambiando el mundo a tu paso. Con tu voz, tus palabras, y por sobre todo, tus acciones. Y esta idea, que parecía una mera ilusión, de repente se volvió una realidad evidente: el coronavirus, aquel encargado de mostrarnos que cada uno cuenta, que cada persona, en promedio, es capaz de contagiar entre 1,4 y 3,9 personas, y que por ende, si esa persona se mueve, en tan solo 10 días, habrá hasta 16 personas infectadas por su accionar, y en 15 días, 64, y en 20 días 256, y en 25 días 1024, y así en 85 días, si todos continuamos normalmente con nuestras vidas, podría estar todo el planeta contagiado (más de 7.000 millones de personas). Y sí, he simplificado a que la tasa de reproducción sea 3,9, pero si fuese 2,5 como resulta ser el promedio por ahora, nos llevaría 120 días contagiar a todo el planeta. Y quien hubiese dicho que, aparentemente, fue culpa de una sola persona, que no hirvió suficientemente el agua en la otra punta del planeta.

Hoy, tercer día de cuarentena, el mundo está paralizado, por el efecto desencadenado del accionar de una sola persona. Miles de millones de dólares, trabajos, miles de muertes, y acciones colectivas se han desatado. Uno solo logró cambiar el mundo. ¿Para mal? Ya veremos al final del camino. Pero, ¿y que tal si sirve como prueba de que el accionar de todos importa? No solo del colectivo, sino el individual. Cada instante de tu vida cuenta, cada acción tiene un efecto. ¿Y si lo aprovechamos para bien?

Ni bien salga de la cuarentena, de estos 50 m2 a los que estoy confinado, continuaré mi labor, la que hace más de una década me propuse: crear empleo, bienes y servicios. Y sé que cada casa que vendo, terreno que logró crear, cambia la vida de alguien, cada puesto de trabajo alimenta una familia, cada vez que le resuelvo a alguien un problema que está a mi alcance, estoy cambiando el mundo, así sea en una muy pequeña parte, que ¿quién sabe realmente donde terminará su efecto?

No sucumbas ante la desesperanza ajena, ante el "realismo" desestimador, el pesimismo que escuda viejas heridas y sentimientos de fracaso no resueltos. Estas cambiando el mundo, y es verdad, lo creas o no. Así que sé ejemplo de bien, inspira, esfuérzate, así no veas el resultado, porque muchas veces, "lo esencial es invisible a los ojos".




Autor

Luciano Lecchini
LUCIANO LECCHINI

Licenciado en Economía
Corredor Inmobiliario
Mat Nº 0070

lucianolecchini@gmail.com
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